jueves, 21 de junio de 2012

Adaptation. El ladrón de orquídeas, Spike Jonze (2002)

La polinización encadenada de las flores.


Nadie debería quitarle el mérito a Spike Jonze, del mismo modo que nadie debería poner en duda el trabajo de Michel Gondry. Cerebritos intocables, capaces de dirigir las laberínticas películas de Charlie Kaufman.


Introducción:

Detrás de toda literatura siempre hay un escritor, pero él está detrás, arriba, abajo y delante. Kaufman es su guión cuando se arranca un trozo de carne de un bocado y nos muestra lo que hay dentro. El mecanismo, la maravilla de la verdad de la entraña del creador. Y entonces, no hay nada que decirle, ni siquiera acompañarle podemos, porque él nos lleva. Nos invita y, si aceptamos, nos arrastra. Habiendo viajado a través de la infinidad de capas que tiene cualquiera de sus matrioskas, es imposible volver. Como esa sensación que nos rapta en un callejón entre el sueño y la vigilia, cuando el pensamiento se nos acelera en teorías cruzadas que parecen claras un momento pero que son, muy a nuestro pesar, imposibles de reconstruir un instante después, por sencillas que parecieran en algún segundo ya remoto. Los complejos esquemas de Charlie Kaufman se deshacen por el camino, pero cada una de las alegorías representada en sus rincones y todas las subcategorías alegóricas que unen las mismas entre sí y con lo demás, tienen sentido en el abismo de su pensamiento en el cual, Kaufman, a parte de ser genial en la caída, es capaz de hacerlo guión y salir vivo de ello.

Un escritor es un ser hipocondríaco y sensible. Y probablemente, ya sea al derecho o al revés, ambas cosas mantengan una relación de causa y efecto. Cualquier escritor tiene dos opciones: hablar o callar. Y está clara la opción que supone la transparencia de un desnudo. Y está claro lo que significa dicha desnudez. A parte de mantener su nombre en el protagonista, en Adaptatión, más que nunca, Charlie Kaufman se regala.


Nudo:

Charlie se encuentra abrumado por la responsabilidad que supone la transcripción de unas palabras admiradas y puede que sea esa la causa de la sencillez de esta película frente a las demás. Cuando cierto uso de la libertad de expresión nos transmite un desgarre de autenticidad, el sombrero sólo se retira. Puede que haya expresiones que, para el que las admira, alcancen lo sublime de una manera tan absoluta que hacen que aquél les otorgue un halo de protección extraordinario. Puede que esto no pase a menudo. Puede que a algunos no llegue a pasarnos nunca: sentir una pasión hacia algo concreto. La devoción de John Laroche(Chris Cooper) por las orquídeas aturde tanto a Susan Orlean (Meryl Streep), que ésta se esfuerza por encontrar el sentido de su vida, en el mismo mundo en que su amigo encontró el propio accidentalmente. El ensimismamiento que la escritora tiene sobre Laroche es tal, que a través de un libro es capaz de transmitir la pasión de éste a Charlie Kaufman. ¿Ha cumplido su labor como escritora y aun no sabe donde se esconde el sentido de su vida? Así es. Y Susan se autodestruye por torpeza.

El guionista ha comprendido el significado de las flores. La pureza. Un fenómeno de verdad absoluta, una belleza redonda que se encuentra en cualquier parte y a la que nadie ha prestado atención. Un infinito. Por eso no puede hacer cualquier historia. No quiere convertir las flores en planos y personajes y secuencias. Y aquí -el verdadero Kaufman- introduce un encuentro con Robert Mckee, el autor de ese famoso manual -"El guión"-. Encuentro que muestra el culmen de su autoaceptación personal, con justifícadisima arrogancia y gallardía. Un momento grande, que deja airoso hasta al más apático espectador.


Y desenlace:

Sin encontrar la manera de adaptar la simbiosis sucedida entre Susan, John y las orquídeas en un contrato cinematográfico, justo antes de rendirse descubre que lo ocurrido con las flores es una cadena y que, si Susan contó la historia de su vivencia con Laroche, él contará la que tuvo con El ladrón de orquídeas.

A pesar de su maravillosa aptitud -también en este filme- para versar sobre el amor, tal vez éste no sea el gran trabajo del cineasta Charlie Kaufman. Tal vez no haya obra maestra posible, mayor que en la poética de Synecdoche New York. Esta vez la narrativa no deja tanta libertad a la interpretación, dentro de un marco de comprensibilidad más neutro de lo habitual. Esta vez la anacronía es sencilla y su recurrente uso del desdoblamiento de las personalidades es tratado de una manera preciosa, que resuelve el conflicto freudiano de la reflexión personal, en la relación con un hermano gemelo ficticio, al que bautiza como Donald Kaufman. Así que tenemos a doble ración de Nicolas Cage. Donald representa su parte normal en todos los sentidos: el adaptado, el que se relaciona con las mujeres, el que es capaz de vivir en el mecanismo empresarial y sabe lo que quiere el mercado, el que tiene la efectividad de las ideas vulgares y le ayuda a colocar la estructura de la exacerbada peripecia de sus guiones. "¿Cómo hacer que un mismo personaje esté a la vez en dos sitios distintos y que esto sea verosímil?" -le pregunta Charlie a Donald, una noche en la que comentan sobre sus trabajos-.

Una cosa es defenderse con inevitable sarcasmo ante el gran Mckee y otra muy distinta ver morir a tu hermano que te dice: "tú eres lo que amas, no lo que te ama" y seguir adelante. Echar de menos y sentir la plenitud, es un paraje universal.

Cuando un trabajo al fin se aparece ante un escritor, el escritor se acepta a sí mismo. Cuando el trabajo está escrito, se sabe y se piensa "Carajo, es narración. A McKee no le gustaría. ¿Cómo puedo mostrar sus pensamientos? No sé. ¿Qué importa lo que diga McKee? Siento que está bien. Es concluyente."



* La persona responsable de este texto, probablemente esta noche no pueda dormir soñando que se encuentra en mitad de una charca de niebla y cocodrilos donde, un guionista loco, le persigue con una escopeta.


(IMAGINE ME AND YOU. I DO.)
ADAPTATION, Best Time lapse scene ever seen - YouTube

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